Las Montañas de Monterrey en mi historia
- Cristy Mesta
- 1 jul
- 4 Min. de lectura
Esta semana tuvimos en el podcast a Mauricio Hinojosa Guerra, autor regiomontano de La danza de las ánimas, un libro de relatos breves o cuentos para adultos. Un libro de buró, creo yo. Para leer de a poquito, sin prisa, y encontrar en cada historia algo que se conecte con lo que estamos viviendo.
Nos habló mucho de su afición a los “hikes” o el montañismo. Y cómo el sentirse desconectado y más en cercanía con la naturaleza le ha ayudado a él a inspirarse para escribir, y además, a desarrollarse en su trabajo diario. ¿Y saben qué? Me logré sentir totalmente identificada con él. Aunque Mauricio ha escalado montañas de muchísimos países —montañas mucho muy altas— y su hobby cae casi cerca de lo profesional, en algún momento compartí yo ese hobby, aunque sin irme tan lejos, aquí en Monterrey.
Fue uno de los momentos más difíciles de mi vida, uno de esos en que todo se ve cuesta arriba. Y para mí, ese momento coincidió con los hikes más intensos que he hecho. Y no creo que haya sido casualidad. Subir montañas se convirtió, sin que lo planeara, en una forma de sostenerme y de llenarme de fuerza y valentía, cuando por otro lado todo en mi vida parecía desmoronarse.
Yo no soy originaria de Monterrey, pero desde que llegué a vivir aquí, he apreciado y admirado que tienen el privilegio de estar rodeados de montañas majestuosas e imponentes. Y un buen día, una buena amiga me invitó a subirlas una por una. No sabía si sería capaz de lograrlo, pero acepté el reto. No por deporte, ni por moda, sino por necesidad. Necesitaba sentirme fuerte en algún lugar, y sin más, arrancamos la aventura.

El primer intento fue el Cerro de las Mitras. La primera vez que subimos no logramos hacer cima porque el clima nos lo impidió. Y aunque al principio sentí frustración, después entendí que esa experiencia era, en sí misma, una enseñanza. No todo en la vida sale como uno quiere, y no por eso deja de valer la pena el intento. Aprendí que hay derrotas que también te forjan, que el valor está en intentarlo. Y que no porque no lo logramos una vez, quería decir que todo estaba dicho. Podíamos seguir tratando.

Tiempo después volvimos. Esa cima que se nos negó la primera vez, la alcancé con más fuerza y más claridad en esta ocasión. Valoro y atesoro mis fotos en el pico de la montaña, viendo las nubes por debajo. Fue una sensación de logro y satisfacción inmensas. Literal, un sentimiento de haber alcanzado el cielo. Hoy, les puedo decir que es mi favorita de las tres. Cada vez que la veo desde abajo, le hablo, y siento con ella una especie de complicidad, porque fue la que más me retó, y más me enseñó.
Después vino el intento por subir el Cerro de la Silla. Ese emblema regio que se alza con orgullo, que está en el himno, en la publicidad y en miles de logotipos. En esta ocasión el clima también fue un factor, pero no nos impidió alcanzar la cima. Me costó, como todo lo que vale la pena y nos hace crecer. Pero mientras más me alejaba de la ciudad, mientras más me adentraba en la naturaleza, más cerca me sentía de mí misma. Con cada paso, me sentía más fuerte. Llegar a la cima fue más que una meta física, fue una promesa cumplida a mí misma. Segunda montaña: check.

La “M” de Chipinque fue la última que subí, y tal vez la que más me conmovió. Esa montaña había sido parte de mi vista diaria por años. La veía todos los días desde mi casa, como una presencia constante y silenciosa en mi vida. Y de pronto, estar ahí arriba, mirar todo hacia abajo, mirar MI VIDA desde esa altura y desde esa perspectiva, fue algo muy muy fuerte y a la vez muy esclarecedor. Por primera vez me vi a mí misma y a mis circunstancias desde otro ángulo y otra perspectiva. Como si hubiera salido de la confusión del momento y pudiera por fin ordenar mis pensamientos, mis emociones y sobre todo mi historia. Sabiendo que desde allá arriba, ¡ya todo es bajada!
Hoy puedo decir con orgullo que subí y bajé las tres montañas más icónicas de Monterrey: Mitras, La Silla y La M. Pero más allá del logro físico, lo que guardo en el corazón es todo lo que aprendí en el camino. Aunque esté muy trillado, no es el destino, es el camino y la compañía —que dicho sea de paso, las personas que me acompañaron no pudieron haber sido mejores guías y compañeras—. Aprendí a respirar, a soltar, a confiar. Las montañas no me salvaron, pero me acompañaron mientras yo me salvaba sola, y por eso, ahora que las veo desde abajo, les agradezco desde el fondo de mi corazón.
Les dejo, como siempre, un beso…
C
EPISODIO DE EN LA MISMA PÁGINA RELACIONADO:
En este episodio conversamos con Mauricio Hinojosa Guerra, autor de La danza de las ánimas, un libro de cuentos que explora lo simbólico, lo humano y lo íntimo desde lo cotidiano. Hablamos sobre su proceso creativo, el montañismo como práctica personal, y cómo caminar hacia la cima —en la vida o en el cerro— puede volverse una fuente profunda de inspiración. Un episodio para quienes encuentran en la naturaleza un lugar de pausa, escritura y claridad.