El mundo que dejó de ser inocente
- Bárbara Martínez Campuzano
- 25 nov
- 3 Min. de lectura
Hace casi un año me convertí en maestra a través de mi servicio social. Ya perdí la cuenta de las escuelas en las que he dado clases, pues el curso que imparto dura solo seis semanas. Algunas han sido cerca de mi casa; otras, en rumbos por los que normalmente no caminaría sola; y otras más, tan lejanas que, si me equivocara de ruta, podría llegar al aeropuerto.
Aunque cada escuela ha sido una experiencia distinta, he aprendido algo que las engloba a todas: los niños tienen historias enormes, a veces hermosas y, otras, inquietantes.
Empecé a dar clases en enero, y para marzo ya había visto Adolescence, serie en Netflix. Investigué temas de la serie, desde el término “incel” hasta los crecientes ataques con arma blanca entre jóvenes en Reino Unido. Impactada por la historia de Jamie, el protagonista, pensé en cómo esa representación refleja una realidad dura para los adolescentes británicos, sin imaginar que en mi propio entorno encontraría situaciones igual de preocupantes.
Si algo disfruto de ser maestra es que cada clase con veinticinco niños significa asomarme a veinticinco mundos distintos. Aunque no siempre hay oportunidad de conversar con todos —y algunos solo se dedican a ser traviesos—, nunca faltan quienes quieren platicar o preguntar cosas ajenas al contenido de la clase.
Casi al final del curso, cuando trabajan en sus proyectos, descubro un poco más de ellos: la niña que me dice al oído que su mejor amigo esconde algo dañino en el bolsillo; la alumna que me explica por qué molestan al único niño que jamás logré que se concentrara en clase, debido a una discapacidad; el niño que, casi fundiéndose con su asiento, se niega a decir si algo le ocurre; o la alumna que me cuenta de los mensajes que recibe de un “amigo” y quiere mi consejo para saber qué responder.
Esta última historia me impactó especialmente: una niña de once años preguntándome si estaba bien lo que ese joven le escribía. Nunca me habían hecho una pregunta así. Ya en mi casa pensé: ¿cómo es que niños de primaria viven situaciones a las que yo, con casi el doble de su edad, jamás me he enfrentado? Y no creo que la explicación sea el nivel socioeconómico, la familia o la digitalización. Lo veo como la falta de observar y de conocer a protagonistas de historias como las de Jamie o sus compañeros en Adolescence. Los niños que vemos en series y cuyos relatos me perturban no solo están en la pantalla; a veces están frente a mí, en clase.
De las infancias vemos películas, leemos relatos y repetimos que “son el futuro”, pero olvidamos que también son el presente: voces que sienten, opinan, y viven realidades que a veces preferimos no mirar. Las narrativas de ficción, aunque exageradas, no están tan lejos de lo que sí ocurre.
Antes de ser maestra veía la niñez —incluso la mía— como un espacio colorido, pintado en sueños y juegos. Ahora, veo sombras, sospecho secretos guardados, y escucho preguntas que a veces duelen. Aunque solemos asociar la infancia con inocencia y sencillez, no siempre es así. Nos aferramos tanto a esa idea, que olvidamos detenernos a comprender si para ellos realmente lo es.
Los niños, aquí y en cualquier lugar, son protagonistas de sus propias historias. Cuando me doy un momento para preguntarles, para agacharme y escuchar lo que tienen que decir, a veces encuentro hechos crudos, lo que algunos dirían que son sacados de una novela. Claro que también hay risas y ocurrencias, pero ignoramos algo de lo que viven, de lo que los inquieta o lastima. Como adultos, maestros o simplemente acompañantes, lo mínimo que podemos hacer es acercarnos a los niños para escucharlos, conocer lo desconocido de sus mundos.
Atte. Bárbara M.C.
EPISODIO DE EN LA MISMA PÁGINA RELACIONADO:
Este episodio de En la misma página es dedicado a la serie de Netflix Adolescence. En "ADOLESCENCIA en Netflix: Bullying, violencia juvenil y parenting", Cristy y Fabiola conversan sobre lo que más las sacudió, lo que todavía no entienden del todo y cómo las interpela como padres.
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