El día que me quede sin lágrimas
- Bárbara Martínez Campuzano

- 29 nov
- 3 Min. de lectura
Actualizado: 1 dic
…Pensaría que ese día ya habría llegado. La gente que no me conoce muy bien no lo sabe, pero no muchos lloran tanto como yo, y lo digo como teoría. Lloro cuando inicia algo importante, y también cuando termina; he llorado viendo juegos de la Champions League, aunque no le voy a ningún equipo, me conmueve inmediatamente ver a un equipo en el suelo, derrotado y triste; lloré en una fiesta cuando una amiga me contaba de una pelea que tuvo con su mejor amiga; y no saben la cantidad de veces que mi hermano se empieza a reír, preguntándome, “¿enserio ya estás llorando?”
Pensaba yo que con el tiempo, con la edad, las lágrimas iban a dejar de salir. Sin embargo, sería lo mismo pedirle a mi madurez que dejara de registrar emociones. Tal vez me he vuelto mejor en ocultar esa necesidad de externar a través de las lágrimas, sobre todo en público. Sin embargo, esa idea mía de victoria por llorar raramente enfrente de los demás es absurda, en realidad. Amalia Andrade, autora de

No sé cómo mostrar dónde me duele, escribió: “Lloremos. Lloremos en público, por favor. El dolor no puede ser algo que exista solo en lo privado”. No significa que siempre lloro por dolor, pero sí que me cuesta aceptar que está bien llorar. Aun así, tengo tres cortas anécdotas que me han enseñado por qué está bien llorar, y por qué no debo sentir vergüenza por, vaya, sentir.
Primero, cuando tenía unos seis o siete años, fui al supermercado con mi familia, y por alguna cosa u otra, empecé a llorar. Intenté ocultar mi carita detrás del carrito del súper, pero de alguna forma, una señora muy dulce se acercó y me entregó una pluma. Limpiándome las lágrimas, apenada, le sonreí y mi mamá le agradeció. No sé dónde quedó esa pluma, pero años después, lo tomo como la primera pista que recibí en mi vida en cuanto a cómo soltar y externar mis emociones: escribiendo. Escribir es de mis remedios favoritos.

Luego, cuando a mis diecinueve viajé sola y era difícil para mí no llorar leyendo cartitas, despidiéndome y luego intentando tapar mi nariz roja con maquillaje, le mandé por mensaje a una de mis tías que me daba mucha ansia ser bien llorona. Para lo que ella respondió algo que cambió mi perspectiva desde ese momento: “No te pongas etiquetas, eres una persona emotiva y sensible y es una característica nada más”. Y ahora me gusta más decir que soy emotiva, que siento mucho y profundamente.
Por último, y la más reciente, una mañana cualquiera no podía más con el estrés y estallé, mientras iba manejando. No pude detener las lágrimas, incluso ya estacionada en la tienda a la que tenía que ir a comprar varias cosas. Tenía tanto que hacer ese día, y no me quería permitir el lujo de soltar, ponerme muy roja y continuar. Estaba platicando con un amigo en mi celular y, bromeando, le dije que entraría a la tienda como ebria, con los lentes de sol puestos. Él, en cambio, me dijo que le hiciera el favor de no ponerme los lentes: “Los demás también lloran, ¿verdad? ¿Por qué tendrías que ocultarlo tú?” Comprendí su punto, me bajé del coche y, sé que con algunas personas viéndome raro, entré, e hice lo que tenía que hacer en esa tienda, sin mis lentes de sol puestos.
Así que el día que me quede sin lágrimas, ese día no lo veo. Si llega el día que ya no llore, será el día que deje de sentir, que deje de ser humana. De modo que es, simplemente, imposible.
Atte. Bárbara M.C.
EPISODIO DE EN LA MISMA PÁGINA RELACIONADO:
En este episodio, Fabiola y Cristy platicaron con Amalia Andrade acerca de su libro "No sé cómo mostrar donde me duele". Un libro que impulsa a explorar los recovecos del vacío en la boca del estómago y cómo se convierte en arte, en palabras, en expresión.




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