Apología de la memoria
- Bárbara Martínez Campuzano

- 5 dic
- 2 Min. de lectura
Actualizado: hace 5 días
Es un hecho inevitable que todos perdemos de alguna forma. Perdemos de vista a personas que antes eran cercanas, perdemos la oportunidad de hablar con seres queridos frente a frente, o incluso esa pérdida puede ser completa, sin ninguno de nuestros sentidos con la capacidad de tomar rastro de aquella persona o cosa que ya no es, sino que fue.

Cuando paso por eso, a quien primero evito es a mi memoria. La que almacena los buenos momentos, los que no quiero revivir, la que me toca el hombro cuando estoy en un lugar que me recuerda a alguien que ––por circunstancias de la vida, o por la muerte–– ya no está a mi alcance. Tamara Trottner, la autora de la conmovedora novela Nadie nos vio partir, lo dice de una forma simbólica: “reconstruimos en nuestras memorias tan solo aquello que nos cabe en las entrañas sin que nos rasgue la culpa”. Aquí queda, pues, en menos palabras, la manera en la que selectivamente dejamos de pensar, de recordar, aquello que nos duele más.
Aunque la historia de Trottner habla de una separación por secuestro y eventos traumáticos a la vez, la realidad universal es la misma: guardamos lo que más queremos, prohibimos lo que más nos duele.

Yo misma lo he visto a lo largo de los últimos años, cuando pienso en mi abuela, a quien le gustaba ir de compras, y que venía con mi familia nuclear cuando íbamos a Estados Unidos. Ahora, al ir, sé que evito a toda costa la tienda Chico’s. Es fácil hacerlo, porque no es una tienda tan común como Gap o tan gigante como Target.
Sucedió que en Monterrey abrieron un Chico’s hace varios años. El día que me di cuenta estaba en un plan, y caminaba con mis amigos por la plaza, hasta que vi la tienda a distancia. Ese recuerdo, de mi abuela viendo o usando la ropa de Chico’s, saltó y se puso frente a mí al instante. Me detuve, y muy dentro de mí, algo volvió a doler. Algo cambió, porque algo que había sepultado y evitado durante mucho tiempo, regresó.
Y no era la primera vez que trataba a mi memoria como una enemiga, como la traidora culpable de traer dolor cuando lo considera oportuno. Sin embargo, poco a poco me estoy dando cuenta de que, por la razón de que nada ni nadie es para siempre y que todo es cambio, no puedo vivir peleada con la memoria. En vez, es agradecimiento lo que le debo, por ser la bóveda de todo lo bonito que he vivido. Aunque el dolor es inevitable, la memoria no es quien lo debe representar.
Atte. Bárbara M.C.
LEAFEST x AKADEM
11, 12 y 13 de MARZO
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